de calles y avenidas

Tráfico. Al salir, al llegar, tráfico. Revolución Insurgentes a la derecha. 152UVF. Scotiabank. Rojo. Paso peatonal. Claxon. Motos rinconeras. Taxis gandallas. Peseros lamineros. La portada de Max. Las nalgas de Maribel Guardia. Vías rápidas atascadas. Callecitas fluidas. Los llamados atajos. Soy de las que prefiere dar mucha vuelta, con tal de no cumplir con el típico ritual avance frene, a vuelta de rueda.

Desviación a cien metros. Reducción de carriles a cien metros. Significa que tengo diez o veinte minutos en los que por supuesto se me olvidará que la siguiente salida es la mía, lo cual desenvocará en una serie de rodeos inimaginables absurdos coléricos suspirantes, todos a la misma vuelta de rueda. Recupero el camino.

Luego me digo cosas como es que no debí irme por Periférico para salir a Picacho, sino tomar todo Paseo del Pedregal, o al contrario. Cómo se me ocurrió Miguel Ángel de Quevedo, pudiendo haber llegado por Eje Diez. Y así. Hay una cantidad de lugares comunes en los que incurro durante el tránsito automovilístico. Utilice vías alternas. Es casi un chiste. Todavía existe la esperanza de que hay una calle paralela -o no- que terminará con la frustración de leer una y otra vez la placa de enfrente.

De manera eventual, sucede la ilusión de que este día se han tomado los caminos correctos, como guiados por el dedo de Dios, o a razón de una especie de equilibrio cósmico, o por el vuelo de una mariposa en Camboya. Bajas el vidrio, sientes la brisa, las ruedas del carro no son más que la continuación de tu pie sobre el acelerador, cómplice feliz de una avenida con semáforos sincronizados. En esos días recuperas tu humanidad, olvidas que eres una bestia más y das el paso, no invades los pasos peatonales e incluso utilizas las luces direccionales.