sobre el pasto del otro y en el de uno

Utilizo esta calma antes de la tormenta para hacer distinciones.

Alguna vez, mi maestra de adquisición del lenguaje de la facultad me citaba a un alguien que decía que por más que uno cambiara de ciudad, los problemas seguirían ahí.

Estos días, me lo recuerdo cada que me da el vicio de sentir que en otro lado las cosas serían diferentes. (Y obviamente lo confirmo cada que esas visiones me llevan a hacer otra mudanza internacional.)

Pero la verdad es que esta molestia que me da porque medio mundo está emparejándose y teniendo hijos sería así estuviera donde estuviera. La edad de construir familias no cambia de México a Japón. Mi deseo no cambia de México a Japón. Ni la frustración.

Y lo que menos cambia es mi tendencia a ver siempre el pasto del otro más verde.

Ah, y otra cosa.

Ignoro si siempre ha sido así, y mi memoria no me permite comprobarlo, pero últimamente me doy cuenta de que disfruto más de los acontecimientos con un poco de distancia, cuando veo las fotos que tomé o cuando cuento la anécdota. Como que ahí toman sentido. Mientras, me encuentro en el sentir del presente, sin el sosiego de la comprensión, solo recibiendo estímulos, siendo el estímulo mismo.

A lo mejor por eso es más verde el pasto del otro. No necesariamente porque me incline neuróticamente a la insatisfacción, sino porque la perspectiva me lo permite.

Creo que, si dentro de unos meses mirara para atrás, lo que vería sería esto:

Que era muy cool, porque tenía un puesto ejecutivo en un corporativo internacional.
Que mi vida era descansar y divertirme con mis amigos.
Que comía increíble.
Que los grandes contratiempos eran los climáticos.

Que la quietud era tal que un coqueteo sencillo me sonrojaba.


Que ya me hacía falta respirar y encontré el espacio para hacerlo.

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