darse un tiro o manual para lidiar con la vacuidad existencial

Bienvenidos a mi primer manual de instrucciones. Siempre me acuerdo de las instrucciones para llorar.

Nosotros ya no queremos llorar. Los dramas nos parecen inútiles. Lloramos sólo para estabilizar las cantidades de adrenalina, serotonina y dopamina de la bendita química del cuerpo. Así entendemos el mundo. No creemos en nada más. Reflexionar está sobreestimado.

Hay que quedarse en casa y morir de hambre. Esperar a ese momento en el que simplemente dejas de sentir. Y no sientes nada. No sientes nada.

No sientes nada.

Mi pensamiento feliz es dejar de existir. No matarme. No quitarme la vida. Sólo un día –quizás ahora mismo– dejar de ser. No sentir nada. Pero no la nada que le quita el sentido a las cosas. La nada que simplemente no es. No la nada que le quita profundidad, dimensionalidad a la realidad. La nada que sólo la desaparece. Como un golpe. Como un planchazo. De un pisotón, quiero decir, perder la conciencia. Sí. Como si te sacaran la conciencia por la nariz en un efecto de organillo.

Pero, claro. Para todos aquellos que no tienen un templo zen a la vuelta de la esquina, existen otras opciones.

Hay varias opciones ------> Una es darse un tiro en la cabeza.



O hacer el ritual de darse un tiro en la cabeza, claro. (Al rato no me vayan a demandar por hacer propaganda a suicidas.)

Por ejemplo, ahora mismo yo tendría la opción de agarrar el rifle que encontré en las cosas viejas del antiguo dueño de esta casa y ver al menos si tiene balas. Y pienso que estaría un rato buscando a ver cómo funciona. Y después, si todo sale bien, estaría viendo el cañón del rifle de frente por un rato. Yo creo que no tendría el valor de jalar el gatillo, porque el módulo reptílico del cerebro me obligaría a huir del peligro. Y así con cierta cantidad de adrenalina en el cuerpo, guardaría el rifle en su estuche para cuando se vuelva a ofrecer y bajaría a desayunar, sólo porque gasté una importante cantidad de energía y me provocó un hambre instantánea.