de esos gustos que dividen
En este mundo, hay dos clases de personas: a las que les gustan los musicales y a las que no. Mi caso es muy claro. Va más allá de mí. No me puedo resistir cuando pasan, como si así fuera la cosa, de estamos platicando aquí tranquilos a salen de la nada veinte sujetos cantando y haciendo coreografía. En serio. Casi me pongo a cantar con ellos.
Yo no sé a qué tacho se le ocurrió que la onda era romper en canto, en vez de en llanto, y saltar en puntas de un techo al otro en vez de caminar viendo las líneas de la banqueta, o dar vueltas en círculos con los brazos abiertos viendo al cielo en vez de un grito histérico, o componerte un cantito para responder el del otro en vez de una acalorada discusión, pero a mí me vuelve loca. En serio. Me pongo a aplaudir como foca y sonrío como idiota; me brillan los ojitos.
Todo empezó porque mi papá es un cursi y, en una de esas (no sabía lo que hacía, es claro que nunca se imaginó mi condición), rentó del Videocentro La novicia rebelde. Uta. Fácil rentamos esa película más de veinte veces después de eso. Nunca se le ocurrió comprarla. Me sé todas las rolas de memoria. Tengo las partituras. Me río antes de tiempo. Se me llena el pechito cuando el reservado capitán le confiesa su amor a la incrédula María en medio del bosquecito que la hace de jardín de la mansión Von Trapp. Por supuesto puedo cantar a dos voces Something Good. Siempre quise ser Liesl cuando Rolf le da su primer beso después de verse a escondidas, y entonaba I'm Sixteen Going On Seventeen cuando tenía nueve años. Por esa razón me sé Do-Re-Mi en inglés y no en español.
A partir de eso he visto cuanto musical se me ha puesto en frente. Y siempre pasa lo mismo. Me dan ganas de tomar clases de tap y de canto y de baile. Luego ayer pasé a ver Across The Universe. Canticos y coreografías en look setentero. Me di cuenta, de nuevo. Me encantan los musicales.
Girls in white dresses with blue satin sashes,
Snowflakes that stay on my nose and eyelashes,
Silver white winters that melt into springs,
These are a few of my favourite things.
Yo no sé a qué tacho se le ocurrió que la onda era romper en canto, en vez de en llanto, y saltar en puntas de un techo al otro en vez de caminar viendo las líneas de la banqueta, o dar vueltas en círculos con los brazos abiertos viendo al cielo en vez de un grito histérico, o componerte un cantito para responder el del otro en vez de una acalorada discusión, pero a mí me vuelve loca. En serio. Me pongo a aplaudir como foca y sonrío como idiota; me brillan los ojitos.
Todo empezó porque mi papá es un cursi y, en una de esas (no sabía lo que hacía, es claro que nunca se imaginó mi condición), rentó del Videocentro La novicia rebelde. Uta. Fácil rentamos esa película más de veinte veces después de eso. Nunca se le ocurrió comprarla. Me sé todas las rolas de memoria. Tengo las partituras. Me río antes de tiempo. Se me llena el pechito cuando el reservado capitán le confiesa su amor a la incrédula María en medio del bosquecito que la hace de jardín de la mansión Von Trapp. Por supuesto puedo cantar a dos voces Something Good. Siempre quise ser Liesl cuando Rolf le da su primer beso después de verse a escondidas, y entonaba I'm Sixteen Going On Seventeen cuando tenía nueve años. Por esa razón me sé Do-Re-Mi en inglés y no en español.
A partir de eso he visto cuanto musical se me ha puesto en frente. Y siempre pasa lo mismo. Me dan ganas de tomar clases de tap y de canto y de baile. Luego ayer pasé a ver Across The Universe. Canticos y coreografías en look setentero. Me di cuenta, de nuevo. Me encantan los musicales.
Girls in white dresses with blue satin sashes,
Snowflakes that stay on my nose and eyelashes,
Silver white winters that melt into springs,
These are a few of my favourite things.
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