sigo caminando

Hubo un momento en el que me preguntó ¿y cuál sería la imagen del terreno que eras antes?
–Creo que era árido y había mucho viento.
–Había huecos
–Sí.
Empecé a llorar (como siempre).
–Sí. Déjalo ir. Porque es el pasado, pero existió. También son lágrimas de reconocimiento.
De catarsis, pensé.
–¿Y ahora?
–Hay mucha agua.
–¿Produce?
–Sí.
–Se deja penetrar. Y da. ¿Florece?
–Sí. Mucho.
–Es un terreno vivo. Está viviendo.
Junté mis manos y entrelacé los dedos de la izquierda y la derecha, pensé, porque soy izquierda y derecha, razón y emoción, Japón y México, pensé otra vez, por qué no. Cerré los ojos, como si estuviera platicando con la madre planta, y respiré. Visualicé un árbol frondoso.

Los abrí y estaba esta mujer que me había conocido quebrada.
–Me da mucho gusto verte así. Yo sí creo que tienes las herramientas para enfrentarte a esto.
–A mí me da gusto poder conversar desde aquí.
Le abrí las manos para que me estrechara con las suyas.
–Gracias por el papel que tienes en mi vida.
–Es un placer. Yo me conecto con el corazón. Y aprendo mucho de los pacientes. Es un intercambio.
Pensé que sí. Y así como se intensificó el llanto, se disipó.

Qué fortuna haberte encontrado. Qué afortunados los caminos que me trajeron a ti.


Terminó la terapia y caminé hasta mi antigua escuela. Fui por un abrazo del maestro de lógica del 402. Nos acompañamos hasta el metro y continué con mi paseo de reconocimiento hasta la Reyes Heroles.

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