hasta hambre me dio
No te acuerdas, pero no quiere decir que los recuerdos no estén ahí. Basta ver algo de ese momento para que se dispare la memoria.
Él habla como aspirante a gurú; pero, ahí sí tuvo razón.
Sigo leyendo mis diarios de niña. No quiero hacer nada más. Veo mi puerta y está cerrada al público, y me dan ganas de que mi balcón tenga una escalera colgante como éstas de las casas en los árboles. Y tengo ganas de subirme en el alfeizar de la ventana, no sólo porque esa palabra me lo sugiere, sino para tomar vuelo.
Leo mis diarios de niña y sí me acuerdo, al menos ligeramente, de los momentos, de la emoción que me causaba ver a mi mejor amigo de ese entonces, pero más que amigo, una especie de alma gemela cuya comunicación con él, sin embargo, era sobre todo química corporal. Me acuerdo que no importaba qué tan peleada estuviera diario con mis papás, o cuántos hombres ese día me hubieran roto el corazón, o cuántos trabajos finales acumulados estaba preparando en ese momento. Mis angustias y frustraciones se desvanecían en ese abrazo. Se disipaban, pues. Se me escurrían.
Me acordé de eso. De la emoción de verlo en los pasillos de la facultad. De un día que estaba como un hilacho, un viernes que estaba profundamente triste, a punto de llorar en clase de sintaxis y de pronto Yásnaya, que había salido, me dice que salga.
–Está Luis abajo. ¡Corre!
–¿Luis? ¿Luis-Luis?
Bajé. No lo encontré. Estaba su auto. Iba entrando de nuevo y ahí estaba. Olvidé todo lo que quería decirle. Olvidé decirle "te extrañé". Olvidé –como siempre– que estaba en un lugar y a una hora. Sólo lo abrace y me dejé. Me aligeré.
–Ahora sí hace mucho, mucho, que no te veía... ¿Por qué, eh?
–Pues, tú... Ya no vienes.
–¿Cuándo vienes?
–Todos los días. ¿Y tú?
–Lunes y viernes.
–...Pues... Yo entristezco cada día más.
–¿Por qué?
–Porque... no sé...
–Pues, a ver si nos vemos el lunes y me platicas, ¿no?
Nos volvimos a abrazar.
Llegué a la casa mejor que en días anteriores. Hasta hambre me dio.
Él habla como aspirante a gurú; pero, ahí sí tuvo razón.
Sigo leyendo mis diarios de niña. No quiero hacer nada más. Veo mi puerta y está cerrada al público, y me dan ganas de que mi balcón tenga una escalera colgante como éstas de las casas en los árboles. Y tengo ganas de subirme en el alfeizar de la ventana, no sólo porque esa palabra me lo sugiere, sino para tomar vuelo.
Leo mis diarios de niña y sí me acuerdo, al menos ligeramente, de los momentos, de la emoción que me causaba ver a mi mejor amigo de ese entonces, pero más que amigo, una especie de alma gemela cuya comunicación con él, sin embargo, era sobre todo química corporal. Me acuerdo que no importaba qué tan peleada estuviera diario con mis papás, o cuántos hombres ese día me hubieran roto el corazón, o cuántos trabajos finales acumulados estaba preparando en ese momento. Mis angustias y frustraciones se desvanecían en ese abrazo. Se disipaban, pues. Se me escurrían.
Me acordé de eso. De la emoción de verlo en los pasillos de la facultad. De un día que estaba como un hilacho, un viernes que estaba profundamente triste, a punto de llorar en clase de sintaxis y de pronto Yásnaya, que había salido, me dice que salga.
–Está Luis abajo. ¡Corre!
–¿Luis? ¿Luis-Luis?
Bajé. No lo encontré. Estaba su auto. Iba entrando de nuevo y ahí estaba. Olvidé todo lo que quería decirle. Olvidé decirle "te extrañé". Olvidé –como siempre– que estaba en un lugar y a una hora. Sólo lo abrace y me dejé. Me aligeré.
–Ahora sí hace mucho, mucho, que no te veía... ¿Por qué, eh?
–Pues, tú... Ya no vienes.
–¿Cuándo vienes?
–Todos los días. ¿Y tú?
–Lunes y viernes.
–...Pues... Yo entristezco cada día más.
–¿Por qué?
–Porque... no sé...
–Pues, a ver si nos vemos el lunes y me platicas, ¿no?
Nos volvimos a abrazar.
Llegué a la casa mejor que en días anteriores. Hasta hambre me dio.
(27 de Abril de 2002)
Comments
"Nos recordamos como éramos y sentimos que somos los mismos"
"Antes también el futuro era mucho mejor". (Karl Valentín).
Un abrazo, (no, dos)