de playas internas o un pedacito de cielo en el infierno de los nerds


Dejar abierto el messenger mientras trabajas es como ponerte a leer en la cafetería de la escuela. Aunque de hecho creo que ponerte a leer en la cafetería de la escuela es mucho mejor. Más bien, dejar abierto el messenger emula la posición de leer en la cafetería de la escuela. Ojalá la cafetería de la escuela estuviera abierta las 24 horas y todos sus estudiantes y su murmullo y su exacto –realmente adecuado– nivel de distracción. Y esa maravillosa sensación de tener un público de trabajo, ojalá estuviera abierta las 24 horas. No como las aburridas bibliotecas donde todo mundo sufre obligándose a leer, obligándose a escribir, obligándose a entregar mañana, pasado mañana, la semana que viene. No como esas cajas de tortura, donde la inspiración se reparte entre 29, 81, 112, 203, 457 cabezas. No me gusta hacer cola. No me gusta. Prefiero sentarme a leer en la cafetería de la escuela y observar y ser observada, y así cada subrayado, cada anotación al margen –cada repetición de la idea que está seguramente grabada en todos los libros que no hay en la cafetería de la escuela, pero sí en las bibliotecas– se llena de dramatismo. No hay una montaña de saber a la que jamás terminarás de escalarle ni las faldas, a tus espaldas. Me gusta la cafetería de la escuela porque leer un artículo de dialectos en contacto en Norwich en la propia mesa no quita que al lado una chava esté dejando correr lagrimitas de despecho mientras la amiga en frente le toma la mano, o que diez mesas más allá unos prenovios se estén ligando, o que atrás de ti una de las tantas manadas masculinas de la máxima casa de estudios tokyota se esté reuniendo para comer. Las bibliotecas, en cambio, están llenas de puras personas que llegan a hacer lo mismo, en silencio. Todos subrayan. Todos anotan. Todos buscan libros. Todos hojean. Todos suspiran de cuando en cuando. Todos hacen como que piensan y luego hacen como idean y luego hacen como que escriben.Todos resumen. Todos sacan las ideas más importantes del texto. Me marea. En esos casos necesito imaginarme que estoy en la playa, con una michelada en una mano y el artículo de Norwich en la otra mano. Es como si tuviera que crearme internamente la distracción que no sé a quién torturador se le ocurrió ahorrarnos a los demás. La cafetería de la escuela me ahorra el trabajo inútil. Ya toda la distracción posible está rodeando tu campo de visión, y entonces no hay necesidad de crearse playas imaginarias o camas con amantes insaciables o un pedacito de cielo en el infierno de los nerds, que es lo que hago cuando estoy en la biblioteca. En la cafetería no hay una clasificación por temas o por autores, ni siquiera por orden alfabético. Ese orden está bueno para encontrar tu libro y correr despavorido a la cafetería de confianza.

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