de quince años de telenovela

Estoy teniendo pedos de verdad muy fuertes con la escribida. Muy –muy– fuertes. Ya no sé qué hacer. Ni siquiera mi cuaderno de gatitos está siendo productivo. Estoy exprimida. Tan frustrada de verdad que lo único que puedo hacer es ¡escribir que escribo! O, peor todavía: ¡Escribir que no escribo! ¿Qué tal eso, Elizondo? No contabas con la astucia de los blogueros... Acabo de surfear por uno que otro blog –al parecer, famosos blogs, de personas que además escriben en Chilango y no sé qué (muy acá, supongo, sin ofender)–... No sé, no tengo idea, yo soy sólo una amateur. El hecho es que en 3 de 5, tenían un post respecto a no escribir, o respecto al abandono del blog. Y seguritito que Salvador, mi cuate, también escribió su grafógrafo porque ya no tenía otra cosa en la cabeza... (Perdóname, Salvador.)

Y no sé ni a qué echarle la culpa. Las musas me abandonaron. Malditas musas. Se dieron cuenta de que mi concentración está puesta en otro lado. Es el maldito Facebook, que me absorbe la vida. Lo voy a dejar. Ya no voy a abrir el portal mágico de los chismes. Es el trabajo. Es la escuela. Es que no estoy comiendo bien. Es que no me estoy ejercitando como antes. Es que... soy feliz. Estoy feliz y tranquila. Y resulta que la felicidad –o no digamos felicidad, porque suena a muy grandote y a que no hay más que eso, y a que ya no le pretendo más a la vida: digamos, mejor, la satisfacción–, es poco productiva para la escribida. ¿No han pensado nunca eso? A lo mejor es una pendejada. Perdón, si es una pendejada.

Últimamente me pregunto si será posible escribir textos que conmuevan al lector, sin sufrir la escritura. Es decir, que cuando escribimos lo hacemos con el sentimiento in situ, con la experiencia a flor de piel. En esas circunstancias la escritura se trata de un juego de relacionar columnas. Relacionar la columna de la interioridad, de la experiencia, de la emoción, con la columna de los conceptos escritos, del repertorio de conceptos lingüísticos que tenemos a la mano.

No sé. Supongo que mi pregunta se relaciona un poco con esta diferenciación entre actores vivenciales y los otros (que no sé cómo se llamen). Es decir, vuelvo a preguntar, ¿se puede agitar al lector sin agitarse uno mismo? ¿se puede conmover sin llamar la experiencia al texto? Es que traer al texto las palabras es como traer a la memoria los recuerdos, es traer a la experiencia las vivencias mismas. Y, últimamente, de verdad que no tengo ganas de actualizar ninguna experiencia vivida demasiado intensa, bien porque ha sido muy buena, o bien porque ha sido muy mala. Como sea, no quiero recordarlo, no quiero revivirlo. Ya estoy cansada de extrañar y de desear; y hasta la coronilla de arrepentirme y sentir pena por mí.

No sé si es que estoy creciendo. O más bien me está creciendo una capita de insensibilidad. Así nomás. Como cuando uno empieza la adolescencia, así de la nada, de pronto empiezas la adolescencia, y no es que tú lo hayas decidido, y no es que de pronto todos están adolesciendo y te dejas llevar, y no es que inconscientemente adolecer sea una buena idea. Sólo un día, de pronto, lloras, sufres profundamente sin razón, y al día siguiente, ríes, te emocionas profundamente sin razón, y las primeras veces, la sinrazonería es obvia y clara, e incluso tus amigos, que están pasando por exactamente lo mismo, sólo te ven con cara de "depresión adolescente, ¿verdad?", y tú sólo les regresas exactamente la misma mirada, y hasta ahí estamos bien. Pero, claro, luego, después de años de lo mismo, la sinrazonería se vuelve absurda, tan totalmente ridícula y patética, que, al menos, yo, desde mi trinchera, decido, en la sinrazón más absoluta, darle una razón de ser a todo ese montón de patrañas orgánicas. El sufrimiento ahí estaba. La euforia ahí estaba. Yo decidí darle una bonita, romántica, casi odiseica razón de ser.

Pum.

En eso, pasan diez años. Quince años.

No sé si es que estoy creciendo. O es nomás resignación. El cuerpo es implacable con sus mensajes. Ya pasaron diez años desde que mi cuerpo era simplemente perfecto, y aguantaba todo. Y ahora que lleva diez años alejándose de la perfección, él solito se autorregula para no chingarse más. No estoy segura, pero creo que he dejado de adolecer. Creo –y me da miedo decirlo firmemente, porque no vaya ser el diablo, y entonces me caiga la maldición otra vez– que simplemente he dejado de vivir la vida como si fuera una enfermedad. Y para esto me permito citar la RAE (s.v. adolecer).

adolecer.
(De dolecer).
1. tr. ant. Causar dolencia o enfermedad.
2. intr. Caer enfermo o padecer alguna enfermedad habitual.
3. intr. Tener o padecer algún defecto. Adolecer de claustrofobia.
4. prnl. compadecerse (sentir lástima).

En algún momento, entre que entré y salí de la coordinación de mi especialidad, hablé con el coordinador, con mi asesora, mentí para lograr mis propósitos, hice uso de mis habilidades actoriles (y, por supuesto, sufrí en el trayecto) para hacerle creer a la puta pendeja cabrona de mi asesora que ella no había hecho nada malo en toda esta historia, todo para hacerlo en la más politically correct possible way... En algún momento entre que decidí dejar ir el elemento de sufrimiento de mi vida, para poderme concentrar en acciones más constructivas, y más que "dejar ir", patear de mi hermoso y sensible ser con todas mis fuerzas, dejé de adolecer. Y me gustó tanto. Sentir la fuerza de tu voluntad, verla reflejada en tu vida, es lo más satisfactorio. Estoy donde quiero estar, porque así lo he decidido, porque así me lo he construido, porque yo he ido colocando los buenos elementos y pateando con todas mis fuerzas los malos, porque hay cosas con las que puedo lidiar y cosas con las que no. Es como ese famoso rezo que citan tanto de la doble A en las películas. (No lo voy a citar aquí porque me da pena; pero, sí se acuerdan.)

Y... bueno, ¿a qué iba con todo esto? Es que últimamente ñoñeo tanto y con tanta aceptación, y realmente me he logrado mantener tan alejada de los problemas, que me sorprende. Y lo más extraño es que no estoy aburrida. Estoy tranquila. Antes no aguantaba la tranquilidad. En cuanto la tenía, me subía despavorida al primer tren descarrilado que veía. Ahora es extraño no sentir reticencia a la tranquilidad. En cuanto empiezo a sentir que me aburro, me acuerdo que tengo quinientas lecturas que hacer.

¿Será esto la adultez?

Ni sé. Pero, todo esto, para seguirme disculpando por la falta de montañirrusismo en mi vida. Que desemboca en una obvia y frustrante falta de escritura vivencial. Lo siento. Ahora soy un ser plano. Y además no me da la gana recordar mis 15 años de mexican soap opera. Y el raiting baja. Es tristísimo.

Ahora me voy a dedicar al haikú, o al soneto, o a cualquiera de esas artes, en las que estás tan preocupado por la métrica, que revivir la experiencia quedó en el primer nivel, y luego se olvida.

Comments

Anonymous said…
y dos años después sigues madurando? volvió la adolescencia? estas tranquila y feliz?...no son preguntas personales...sino que esto me pareció una visita al oráculo, te lo comento por si te sirve recordar.

Lo que me pareció bueno a mi fue (como si ya hubiera pasado mucho tiempo desde que lo leí):

"Últimamente me pregunto si será posible escribir textos que conmuevan al lector, sin sufrir la escritura. Es decir, que cuando escribimos lo hacemos con el sentimiento in situ, con la experiencia a flor de piel.

En esas circunstancias la escritura se trata de un juego de relacionar columnas. Relacionar la columna de la interioridad, de la experiencia, de la emoción, con la columna de los conceptos escritos, del repertorio de conceptos lingüísticos que tenemos a la mano".

El segundo párrafo está muy preciso, me gustó mucho y creo que mapeamos siempre.

Sobre el primer párrafo, asi es...cuando te leen tiempo despues :D Me imagino que para tí es interesante releerte. Te dejo para que sufras la escritura.
gin said…
Dos años después... (omg, cómo pasa el tiempo) sólo te puedo decir que esto se pone mejor con la edad (que te platique mi abuelita, que tiene la envidiable tranquilidad del que ha vivido), y sigo creyendo que la adolescencia es horrible y hay que experimentarla lo más pronto y rápido posible. No estoy diciendo para nada que haya dejado de padecer absolutamente, pero de alguna manera lo he dejado de sufrir como si fuera un castigo.

Creo que sí dejé de adolecer, y no sólo eso, sino que a ratos me siento súperpoderosa. Megalomanía o algo así, creo que le llaman; pero es esta sensación de mover el mundo bajo tus hilos.

"Megalomanía": lo buscas en wikipedia y te dice que es la enfermedad que sufren los emperadores, monarcas y dictadores.

http://es.wikipedia.org/wiki/Megaloman%C3%ADa

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