de mis hombres

 Recientemente,

he podido re-conocer cuánto me requete-encantan los hombres, como género –así como luego nos referimos a ellos; no como entes concretos con historia, sino como una idea colectivizada (y acusadora) de lo que son. Pero es que... ¿a poco no son hermosos?


Confesaba el otro día que, sin importar cuántas relaciones parejiles hubieran terminado (incluso con las conclusiones más dolorosas), no dejan de emocionarme sus memorias o sus presencias. Seguro que tengo un problema con soltar, pensaba. Pero los amo, le decía.


Tengo la fortuna de rodearme de hombres amorosos y generosos, empezando por mi hermano y mi papá, y siguiendo con mis maestros y mentores (de quienes no duden que vivía enamorada), y, por supuesto, mis galanes (novios y los que entran en cualquier otra categoría, debido a la ideología dominante de “si no es ‘en serio’, no vale”, donde ‘en serio’ implica tener un “proyecto de vida en pareja”).




No es que no nos hayamos peleado, tenido desacuerdos, visiones de vida distintas, seguramente machismos (de ambas partes) de por medio. Todos estamos aprendiendo y experimentando en esta vida, con lo mejor que nos da el entendimiento, las herramientas y el contexto que nos tocaron. Claro que hay gente de todos los fenotipos y genitales que va por su camino queriendo hacer daño. Pero puedo decir que los actos dañinos de otras personas hacia mí y viceversa no los hicimos con saña, esperando causar dolor, abusando con conciencia. Ni siquiera quien estuvo a punto de pegarme. Ni siquiera quien me prometió que íbamos a ser una pareja poderosa y luego se desdijo, como si todo hubiera sido mi idea. Ni en mis traiciones sexuales o emocionales.


Claro que ha habido desencuentros e injusticias. Pero, sobre todo cada que me encuentro del lado “perpetrador”, me doy cuenta, nada de esto fue premeditado, mi castigo está en el crimen mismo y en lo que ese acto condujo: relaciones perdidas o irreversiblemente dañadas, caminos bloqueados, un hoyo negro interno que se come todo. Y, a la vez, hay una sensación de no haber otra salida, otra ventana que abrir, si no rompo este muro ahora, me asfixio.


A veces, rememorando esos momentos de quiebres fuertes en los que no había de otra más que salirse o cambiar de rumbo, por lo intenso del evento, no puedo evitar pensar en eso que dicen de que, cuando estás donde no te toca y sigues ahí, el universo va y te saca a patadas. (O te mete a empujones a otro lado.)


Por ejemplo, una vez, uno que sí era mi novio me echó de nuestra vida marital (Injusticia A), yo, en respuesta, quemé la casa y los barcos (Injusticia B), y una cosa llevó a la otra hasta que terminé en Japón. Tanto el lado A como el lado B de la Injusticia nos llevaron a imaginar al otro como el cabr(ó)n@ de la historia, pero más allá de esos detalles, para mí al final lo importante es que viví algo hermoso y maravilloso que no iba a vivir con otra persona más que con él; a la vez, tenía que mudarme de México a Japón para convertirme en lo que soy, y eso nunca iba a pasar si él y yo seguíamos juntos. Claro que en el momento nada de eso tenía sentido. Claro que en el momento me moría del coraje y del duelo, y si hubiera habido en esos tiempos un feminismo como el de ahora, me hubiera montado en mi macho y unido al movimiento, porque en retrospectiva sus celos y su idea de la vida en pareja reprimían mi libertad (en el momento, yo creo que hacíamos lo que podíamos).


Bueno, pues, ni tuve el alivio del desarrollo espiritual, ni el alivio del desahogo de la activista privilegiada. Fueron años de preguntarme y dolerme de lo que yo había hecho mal, de lo que él había hecho mal, por sentirme víctima, por sentirme perpetradora.


Pero incluso la memoria de ese hombre y lo que viví con él tienen un lugar en mi corazón, en mi cuerpo y en mi experiencia, que atesoro, porque también nos sanamos las heridas, nos dimos alegría, reflexiones que sólo él y yo íbamos a tener en ese espacio y ese tiempo, nos acompañamos y nos cuidamos bien cerquita, como sólo una pareja puede hacer. Y, pues, sí. Fue una reacción en cadena, porque llegar a sanar mi relación con él, aunque fuera en retrospectiva, me llevó a sanar el resto de mis relaciones, y porque mientras más sanas tu relación con los demás, más te sanas a ti misma.


Quería hacer una oda a los hombres de mi vida y terminé haciendo un reconocimiento de mi trabajo espiritual. Pero es que luego ya no sé si lo que me motiva en el trabajo espiritual es mi amor por los hombres o le entro nuevamente al espejeo de almas por el camino de mi espíritu en este plano.


No se agüiten. Obviamente, tengo mi amor por las mujeres, pero esa es definitivamente otra historia.


Y luego por los seres humanos en general.





Comments

Popular Posts