本音と建前 o entre la pasión personal y guardar las apariencias

Hoy en mi meditación de la ducha, se me reiteró este veinte de que uno solo vive lo que está preparado para vivir. Cuando me siento abrumada, pienso en esto. Si todo esto te está llegando, es porque se supone que lo puedes superar. Ya no sé quién supone. Creo que Dios o el universo o tus propios pasos que te trajeron hasta este punto.

Me acordé de esos periodos en Japón, en los que no pasaba nada, todo estaba en orden, todo caminaba a un ritmo inmutable. Había tranquilidad, pero faltaba pasión o algo así. No había dolor, pero tampoco había deseo.



Siempre que hay miedo, hay deseo. Esto es un aprendizaje budista que llegó a mí del pensador vietnamita, Thích Nhất Hạnh. Él escribe, en su libro Fear: Essential Wisdom for Getting Through the Storm, que el miedo primigenio de perder –la vida, el amor– está atado al deseo primigenio de vivir, de sentir placer, de conectarse consigo mismo y con los otros. Sentir miedo o tristeza es un indicador de que hay un motor de vida.

De alguna manera, regresé porque extrañaba el caos mexicano o tal vez hasta latinoamericano. Donde las voluntades se mueven según sus necesidades. Donde no hay un entendido colectivo de cómo deben ser las cosas. O tal vez esté en el fondo, como una sugerencia, pero importa más lo que a mí me parece. Esto se ilustra en la fuerza de el semáforo está en rojo versus la fuerza de pero si ni están pasando coches. Hay una rebeldía que se acepta y se promueve. Tener una causa es importante. No nada más es importante. Para muchos, es parte de la sobrevivencia más esencial.

Creo que en Japón a pocas personas les da por la adopción de una causa personal –por lo menos abiertamente– porque hay un compromiso con la colectividad que abarca sobre todo los ámbitos públicos. O sea, no importa qué tanto se mueva en el ámbito privado, el ámbito público aparenta una estabilidad tradicional. 本音と建前 /honne to tatemae/ 'distinguir la intención verdadera y la actitud pública' es uno de los principios de cortesía básicos de la cultura japonesa.

Desde la perspectiva de la armonía, creo que este principio es hermoso y entiendo por experiencia que no implica que no haya movimiento subterráneo, pero, por otra parte, la libertad de exhibir las pasiones tiene un efecto en el fluir del proceso interno que no sé si me quiero perder. Y hay algo en no poder impulsar directamente las intenciones que interfiere en tu conexión con los demás y contigo mismo.

De alguna manera, regresé porque extrañaba contagiarme de las pasiones exhibidas y de esa necesidad de expresar la subjetividad. Inspirarme, revolcarme, desordenarme. Porque hay algo en ese desorden que es profundamente creativo y divertido. 

Aunque te dé miedo.

Comments

cíula said…
Qué bello, aunque lo leo totalmente como mexicana. Mexicana que no ha salido de México en mucho tiempo, y nunca he vivido en ninguna otra parte. Y siento algo de romanticismo en ese caos al que una persona, al no ser mexicana (o completamente mexicana), se siente atraída. Supongo que me pasa lo mismo al pensar en la idea de vivir en Japón, sobre todo con esta frase tan coherente que incluyes en tu texto.

Como que lo extraño/extranjero trae implícita la promesa de llevarnos a descubrir algo nuevo en nosotras mismas... no sé.
gin said…
Hola, Cíula. No sé si hay "romanticismo" (me imagino, en el sentido de 'idealización'). Creo que el caos tiene sus virtudes, y que cuando estamos inmersos en él no se pueden apreciar. Sólo se aprecia, como todo, cuando le das perspectiva. Personalmente, yo entro y salgo de él, casi diría que cíclicamente, y de ahí viene esta reflexión. Estoy convencida de que tanto el orden como el caos se pueden disfrutar y aprovechar con la disposición y la perspectiva adecuadas.

Definitivamente, lo extraño/extranjero promete y casi que garantiza descubrimientos (sobre nosotros mismos y lo demás).

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