Esta vez,

todo empezó con una postura.

O con una actitud. Tienes que aprender esto. A estar quieta. Quieta, empezaba el trabajo. Me movía y se diluía.

La dosis era menor, y eso me llevó a una reflexión muy suave. Trabajo fino, dijo Pío.

Ah, pensé. Trabajo fino.

Otra vez, era observar desde ese lugar donde todo está bien. Desde la confianza, diría Bernadette.

Estás reafirmando, volvió a decir Pío, mientras yo pensaba que sí. Que todo era como una versión ligera del viaje anterior. Pero que a la vez incorporaba lo que he venido digiriendo desde hace tres meses, durante mi última estancia en México. Porque, bueno, pues, claro que me he preguntado, casi cada día, ¿de verdad quiero dejar Japón, regresar a México, es sensato?

A lo cual, bueno, parece que mi respuesta es bastante clara. Casi como si volver a Japón ahora fuera una cosa de ir a arreglar cosas, dejar todo bien, hablar con la Matsumoto, ya está.

Independizarme de la relación financiera con mi papá, obviamente. ¿Pero de qué he estado hablando? Claro. Clarísimo. Nada empieza sin eso.

Se te olvidó, o qué. Hay que recordar. Hay que recordar. Porque sí que de pronto entraba la duda otra vez, y veía que era a través del miedo, y otra vez quería purgarse con llanto y entonces lloraba un poco. Pero de verdad que sólo un poco y ya estaba. ¿Todavía quieres llorar? Y no, pues. Ya no lloraba. Ya llegaste. ¿Se te olvidó?

Pide. Lo que quieras, pide.

¿Qué viste? Vi amor. Incorpóralo. Me abrió las piernas. Usted tiene que trabajar así. Y ahí volvió el llanto, otra vez, un poco. Pero me acordaba que el miedo hay que soplarlo, que la tristeza hay que soplarla. Y así como soplaba, dejaba de llorar. Qué magia es ésta. ¿Qué viste? Vi a mi esposo.

Aquí viene uno a depurar. Ése es el trabajo. Soltar lo negativo y quedarse con lo positivo, pues.

Así se renueva uno. Cuando uno quiere renovar algo, hay que empezar por uno.

Toda la ceremonia –qué cosa– no era como las anteriores en las que había tanta gente en conflicto –y quizás yo misma estaba también en una resolución profunda de mi propio sistema–, que la atención estaba puesta hacia lo urgente. Esto era como una sesión terapéutica, en la que la tranquilidad predominante permitía una plática con el guía. Y entonces lo escuché hablar sobre su camino vocacional que empezó en la psicología, continuó por la administración de empresas y se encontró en la medicina tradicional. Iba expresando ideas que eran relevantísimas para mí en este momento.

Como, por ejemplo, que la medida para el trabajo espiritual era el dinero. Y ahí vi clarito mi oficio de intérprete. Ahí donde mi espíritu estaba contento, también se reflejaba en lo económico.

Esta vez, entonces, no sólo pude observar lo que sucedía conmigo, sino que pude ver un poco más de cómo él trabajaba. Y me mantenía en un estado que me permitía comprender. Con tranquilidad. Incorporar con conciencia. Soltar con conciencia. Entender más esta herramienta y, por tanto, poder usarla mejor.

Y, claro. Entonces me acuerdo que yo soy muy sensible a las sustancias. A mí todo en pequeñas dosis me cae bien. Desde la comida hasta los estimulantes.

Con calma.

Otro aprendizaje.

Gracias a todas las guías.

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