Nivel grinch: Boda

Estoy muy orgullosa de mí porque fui a una boda en pleno despecho y no puse una bomba, ni le grité a los invitados contra sus ilusiones mundanas, ni hice pipí en las mesas desnuda.

Soy muy decente.

Luego comí como si fuera mi última cena, y bebí lo que me pusieron en frente.

Sólo hablé de lo que yo quise hablar.

Y, luego, bueno. Claro que estábamos en una boda, y era fácil hablar del amor y del matrimonio, así que más a mi favor. Últimamente parece que es lo que ocupa mi cabeza. (También la de la gente que me rodea. Aunque eso puede ser sólo una proyección mía.)

Pero me hace pensar, ¿estamos todos drogados?

¡¡A qué hora la vida se convirtió en una carrera por el matrimonio, el amor, la compañía!!

Es que hace rato me habló mi abuela y me dejó un mensaje en la contestadora, ¿y saben qué grabó?

Acabo de hablar a México, y me dijeron que no importaba si hacías un doctorado. Que te casaras.

Ay, ya.

Y además me caga que la gente me habla de que el amor es lo más importante, como si yo no creyera la misma cosa.

O sea, todo mundo cree que si estoy soltera es porque me la paso desdeñando pretendientes.

Ya sé que estoy bonita y soy lista, y eso debería ser suficiente para amarrar a quien sea.

Pero ¿qué creen?

¡Que no!

Para mí, encadenarse a alguien no tiene que ver con cuántas habilidades se monte uno. O la gente virtuosa estaría casada y la gente ordinaria, no.

Y no voy a hacer una estadística al respecto. Ni entrar en la discusión de qué es ordinario y qué no.

Pero creo que son otras cosas las que nos llevan a estar en pareja y formar una familia.

Y seguramente que una de ellas no es estar curiosa de la educación o simplemente experimentar el proceso de la maternidad. O comprobar que el sexo reproductivo es el más sexy.

Me gusta la idea de que hay alguien con quien puedo criar a otro ser humano. Pero luego pienso que ese alguien no tiene que ser tu amante necesariamente. Pienso en muchas de mis amigas. En lo cabronería de mamás que serían y en cómo quiero que estén en la vida de mis hijos. Hay gente en la que confío más que en mí misma, a veces, y no son necesariamente mis amantes. Esa gente me gustaría que fueran los papás o compañeros de crianza o no sé cómo llamarle.

Siempre me dicen que no puedo saltarme pasos. Que me relaje. Que ya llegará.

Y entonces me dan ganas de aventarme abajo del siguiente tren, ya que está muy de moda en este país. Porque para mí no hay nada más difícil que ponerme de acuerdo con un amante de que lo que queremos es estar juntos. Deja tú los hijos.

Primero, porque mi deseo no se dispara con cualquier persona. Quiero decir, mi deseo de estar con alguien. Mi deseo de procrear se dispara con cualquier miembro del sexo opuesto con ciertas características físicas y el humor adecuado. La atracción física y las hormonas me dan miedo.

Pero para pensar en hacer vida con alguien, uf, es como si hubiera interiorizado toda la burocracia mexicana y el sistema de admisiones de las universidades gringas...

¿Ya me contradije de que no desdeño pretendientes?

A lo mejor. Pero tampoco es que se formen desde las 6 de la mañana para agarrar ficha.

O sea...

El chiste es que, aun cuando logran pasar toda esa parafernalia de la solicitud, lo más complicado de todo no soy yo. Lo más complicado es él. Lo más complicado es "la relación". Somos exclusivos o no. Queremos vivir en el mismo país o no. Tenemos proyectos similares o no. ¿Te sigo o me sigues?

Y eso claro que es sin contar todo lo del diario: Dar espacio o invadir. Separarte o compartir.

Sigo sin entender cómo lo hace la gente.

Pero que quede claro que no es porque me falte amor ni esas mamadas de miedo al compromiso o falta de autoestima.

Paz, hermanos.

Paz.

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