de tibia femineidad

Veo un par de mujeres. Madre e hija. Me atrae la hija. Sobre todo su expresión corporal, como despreocupada. Le cae el cabello ondulado, más bien enmarañado, negro, largo, en la cara. Levanta la mirada y enseña los ojos. Verdes. La mamá conmueve con la misma calma, pero con unos 25, 30 años más de experiencia y canas, muchas canas. Usa lentes para la vista cansada y lee un libro. Las dos tienen cada una un libro y recargan los pies sobre pequeñas maletas de rueditas. La chica recarga la cabeza sobre los hombros de la mujer. La mujer es una loba de mar, como una nutria gigante. Sólo con mirarla da calor. No sólo porque trae encima todo el guardarropa, sino por la sonrisa tranquila –como de saber, como de estar segura– no sobre nada particular, sólo así. A veces me parece que la verdadera femineidad es así. Tibia. Abarcadora. Tranquila. Pero observa. Y sabe. Y sobre todo abraza. Ofrece los hombros. Ahí te puedes recargar y descansar.

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