todos los días

Todos los días me levanto a las seis de la mañana, en contra de mi naturaleza nocturna y años de acostumbrar a mi cuerpo a levantarse aprox a la diez, nueve, ocho de la madrugada, por mucho. Suena mi despertador con voz de pajaritos matutinos y me reniego haber estado pegada a la computadora hasta las doce de la noche anterior. Mi estómago empieza a latir. Últimamente me he dado cuenta de que tengo el corazón en el estómago, la conciencia en el estómago, la reponsabilidad, la culpa, los quehaceres en el estómago. Así que todos ellos empiezan a gritarme todas las cosas que no he hecho que tengo que hacer, que ya es miércoles y no he ido ningún día al gimnasio -por eso tienes esas lonjas-, que no he vuelto a subir mi curriculum a la red -a ver hasta qué hora vas a conseguir trabajo-, que tengo una tarea atrasada de las clases de japonés desde la semana pasada -¿no puedes ni siquiera ir al corriente, reina?-, y así, así, así, hasta que me doy cuenta de que mis esfuerzos por acallar todas esas voces y seguir durmiendo cinco minutos más son inútiles. Termino de apagar el despertador. Sí, sí, ya hay que levantarse. Me siento en el futón. No tengo tiempo de seguir dándole vueltas. Me meto a la regadera. Ándale, ya, que no quiero correr hasta el tren otra vez. Prendo la tele para ver el pronóstico del tiempo. Que ayer hacía una día precioso, pero qué crees, hoy va a llover todo el día. Que el tifón cambió de dirección y va a seguir soleado. Tomo mi cerebro y lo obligo a escoger la ropa del día. Ayer se me desbarataron los zapatos negros de piso, los más naices, y eso me bloquea las opciones. Es como hacer una ecuación de tercer grado con dos incógnitas. Estoy pensando si me atrevo a ponerme tacones, con el riesgo de verme como un gigante. Uf. Las siete diez. Hoy no me da tiempo ni de meterme un pan. Camino hacia la parada del camión, aliviada por haber logrado salir de la cama a tiempo. Pasando esa prueba de fuego, lo demás es juego de niños.

Todos los días llego a la estación, paso la tarjeta por el torniquete electrónico y veo en la pantalla que el siguiente tren con dirección a Shinjuku llega a las 7:34. Todos los días me subo al mismo tren y veo más o menos a las mismas personas. Desde el andén que está frente a mí, cruzando las vías, se ve un flaquito uniformado de prepa que me encanta, con su pelo enmarañado pero lacio, de lentes, y siempre está jugando con su celular, medio sonriente. De este lado, están un chico y una chica, que, por lo que platicaban, acababan de llegar de Kyushu, pero ahora sólo llega el chico y se ve aburrido. Tarde o temprano se aparecen dos colegialas de prepa que no les para la boca hasta que se bajan como tres o cuatro estaciones después.
Todos nos subimos al vagón y vamos de pie aplastando a los demás. Somos una masa que se tambalea en el correr de las vías. Voy repasando los kanjis de la clase anterior, leyendo la publicidad, imaginándome en cualquier cantidad de escenas, de ayer, de hoy, de hace tres años, de en un año, de cuando tenga hijos. Me conecto los audífonos del celular y le pongo soundtrack al viaje. Me pongo a leer uno de los ensayitos de Dazai Osamu, si logro sentarme. La gente va leyendo, jugando videojuegos portátiles, durmiendo con los audífonos conectados. Todos llevan paraguas. Yo también llevo paraguas porque vi el mismo reporte del tiempo que prometia lluvia. Así pasa una hora.

Gracias por utilizar la línea Odakyu, la siguiente estación es la terminal Shinjuku. El día de hoy el tren se retrasó diez minutos, disculpe las molestias que esto le ocasione.

Comments

Anonymous said…
Sera que las cosas estan mejor de lo que se piensa despues de todo?

Popular Posts