subiéndome al tren

Me estoy apoyando en mi colectividad para sacar adelante la escritura de mi tesis.

Lo hago así porque para mí implica una empresa descomunal (extraordinario, monstruoso, enorme, muy distante de lo común en su línea). Tal cual, así: de toda la bola de gente que escribe, raros casos se proponen escribir una tesis de doctorado, y de estos, más raros casos lo consiguen.

En la vida, he aprendido que yo hago las cosas con más gusto cuando hay un equipo vinculado a ese trabajo, y si ese equipo está configurado de mis personas favoritas del mundo, que son mis amigos, pues más ganas le echo.

Así es que puse un anuncio en el Facebook que decía: "Se busca interlocutor para ayudarme a escribir la tesis. Le pago." La verdad que pensé que iba a recibir palabras de ánimo, o alguien sabría de alguien sin quehacer que quisiera aventarse el paquete. Pero, claro, es que dos cabezas piensan más que una, y veinte más que dos, doscientas más que veinte, y así sucesivamente. Pensándolo bien, no tan sucesivamente... Como que llegando a las decenas y las centenas, empieza a haber conflictos de todo tipo; pero en tanto lluvia de ideas, en este caso, funcionó, porque se han pronunciado personas, en cantidad y calidad, que llenan mi corazón de emoción y conexión desbordadas con el universo.

La primera persona con la que iniciamos este experimento/revolución fue Nax. Lo genuinamente simbólico de que sea con ella con quien comience a platicar es que, altita la mano, he estado siguiendo sus pasos desde que comenzó este viaje de la universidad, la investigación y la academia. Digamos, para la licenciatura y la maestría, iba tomando clases con los maestros que ella me iba indicando, y nunca se equivocó, porque –ahora que lo pienso–, de no haber sido por esos encuentros, yo no habría decidido tantas veces continuar este camino. Como si la fuerza de esos encuentros hubiera dado para arrancar un motor que me permitió seguir dando pasos incluso cuando el terreno se había vuelto árido y agotador.

Claro que nunca me imaginé que a estas alturas, me estaría dando bibliografía de referencia para mi análisis. No sé si pensar en la tómbola de la vida o en el karma, pero, de pronto, sentí que un círculo se volvía a unir.

Parte de la trayectoria de ese círculo me llevó a preguntarme qué sentimientos me vienen cuando pienso en escribir:

Yo sí creo que hubo un momento crucial en mi escritura, cuando dejé de confiar en lo que estaba haciendo y comencé a temer lo que alguien más tuviera que decir al respecto. Lo tengo tan identificado que lo he tratado en terapias grupales y auto-terapias. Han funcionado, porque de otra manera no estaría ni aquí contando esta historia.

Escribir es una actividad en la que me he sentido bien desde niña. Lo primero que quise ser cuando fuera grande era bailarina. Lo segundo que quise ser fue escritora, y no me bajé de ese tren, hasta hace algunos años. Mi mamá me regaló un diario cuando tenía como 8, y desde ahí recuerdo que era placentero registrar los hechos del día, que además siempre terminaban en "y estoy escribiendo el diario". Creo que, por el simple hecho de tener el hábito de la escritura, pasaba que lo hacía decentemente, y recuerdo que los maestros siempre me felicitaron por eso, así que lo hacía con más gusto. Luego intentaba recursos que había leído o escuchado: llana imitación, pero lo disfrutaba y mis amigos que lo leían lo disfrutaban y yo me sentía muy lograda. Así pasó la primaria, la secundaria y la prepa, sin que no solo no dudara de mis capacidades, sino que además era arrogante al respecto. Ni siquiera cuando en la primera clase que tomé en la Facultad nos dijeron que "aquí no venimos a formar escritores", me inmuté. Pensé, bueno, ¡ni que los necesitara para hacer esto que es tan natural!

El primer bache que recuerdo fue cuando en esa misma Facultad diagnosticaron que tenía que tomar clases de redacción para continuar con el 5o semestre. Casi vomito. Sí que tomé las clases, pero odié cada minuto que pasé en ellas. Recuerdo que durante ese periodo no quise escribir nada que no fuera para mí. Le conté de mi problema y mi bloqueo a un maestro, y me pasó sin entregar el trabajo final que estaba demasiado deprimida para escribir. Me preguntó: "bueno, ¿y qué pensabas sacar?". "Pues, 10". Y eso me puso.

Superé el incidente.

Volvieron a pasar los años. Comencé este blog. Desde aquí, digerí mis pasos por el amor, filosofé sobre la angustia existencia y me desahogué durante la migración. Terminaba mis textos con alivio. No importa qué tan caótica y angustiante sea la realidad, tengo esto para digerirlo y por lo menos entender cómo yo lo veo. Los leo y siento que hasta valor estético tienen.

Llega el momento de escribir la tesis de maestría, y yo me siento en confianza, estoy satisfecha con mi trabajo de campo, siento que domino el tema, que no hay nadie que pueda hacerlo mejor que yo, porque es mi comunidad de la que estamos hablando, tengo la perspectiva del insider, etc., y que casi casi todos los caminos de mi vida se conjuntaron para que yo escriba esta tesis. Le mando mi primer borrador a mi asesora, y ella me dice que no puedo entregar esto. Que si estuviéramos en estudios culturales, tendría sentido. Pero que aquí hacemos ciencias sociales, y tengo que pensar en datos comprobables, objetivos, no subjetivos.

Me trago mi orgullo, mi entusiasmo y mis expectativas de graduarme ese año. Me muero del coraje y la tristeza.

Me voy a México con la intención de entrevistar a más personas por un par de meses, pero llega el tsunami del 3/11 y, entre el pánico y la confusión, decido quedarme en México más tiempo. Empiezo a vivir en una casa de artistas y me involucro en un proyecto de teatro terapéutico y en otro de activismo para ciclismo urbano. Somos felices.

De pronto, pasa un año y medio. Me llega un correo de mi asesora avisándome que si no regreso para el siguiente semestre, puedo olvidarme del título. Agarro mi coraje, mi tristeza y mis náuseas sin resolver, y me subo al avión dejando a muchos amigos-familia que no dejo de extrañar. Decido que ese mundo lleno de restricciones no es para mí, que yo tengo alma de artista y debe haber otra cosa para mí. Decido que lo mejor será producir el documento para la graduación siguiendo las instrucciones de mi asesora, sin pensar en lo que a mí me gustaría generar, y olvidarme de ese ambiente para siempre. Regreso a Japón, termino la tesis en un proceso que no puedo describir de otra manera que aguantar la respiración espiritualmente, presento el examen, me gradúo, visito a mi profesor de estudios culturales en Australia en plena euforia del éxito y la liberación, y vuelvo a México triunfalmente a intentar la vida por la libre, según lo que el corazón me vaya dictando, olvidándome del plan y del deber ser.

Escribo esto, y sé que para mí la escritura debe ser eso: libre, según lo que el corazón me vaya dictando, olvidándome del plan y del deber ser. Y que cuando pienso en escribir la tesis nueva, me vienen a la cabeza las restricciones que viví alrededor de la tesis anterior.

Termino este texto, y quiero ofrendar la intención de deshacerme de tales dolores.

Comments

Anonymous said…
Estoy leyendo el libro de ensayos recopilados de Yásnaya Aguilar. En uno de ellos te cita y hay un código qr con el cual llegué aquí y bueno, me quedé picada. Esta entrafa me llegó al corazón porque estoy sintiendo la misma asfixia que tú. Apenas estoy en proceso de entrar a la maestría y siento que empiezo a dudar de mí, y de si lograré entrar siquiera. En fin, sólo quiero agradecerte, leerte fue como un abrazo...como un respiro. Gracias.
gin said…
Hola. Ay, pues, muchas gracias por el comentario y la confianza de contarme tu proceso. De pronto, pienso, es curioso cómo de verdad todo se puede reducir a dos opciones en esta vida: actuar desde el miedo o actuar desde el amor. Y, bueno, siempre es mejor actuar desde el amor, aunque parece que el miedo esté a un ladito observándonos. Después de dos maestrías y un doctorado en pie, se me ocurre decirte lo siguiente: Pregunta todo lo que tengas que preguntar. Opina todo lo que tengas que opinar.

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