submesa, sobremesa
Me doy cuenta de que disfruto bastante comer sola. Sobre todo si como afuera. Es decir, no que prefiera comer sola o que me disguste comer acompañada; pero comer solo tiene su atractivo, también.
Antes la sola idea de no tener con quién compartir mis alimentos me causaba una suerte de tristeza que ocasionalmente me quitaba el hambre.
Ahora, por ejemplo. Salgo de trabajar. Paso a la papelería de Tokyu Hands, y luego decido pasar al café-restaurant-bar al que ya he venido varias veces. La música no es mala, y siempre tienen algún hit de hollywood sin sonido en las pantallas. Esas que pasan en los aviones y que, aunque no te molestarías en rentar, tampoco te molesta verlas.
Básicamente, lo que hago es observar a la gente. Eso y saborear minuciosamente la comida. Primero reviso la presentación, los colores, los olores, la organización en el plato, los ingredientes a primera vista. Después me dispongo a darle una probada y me atacan las consistencias, la mezcla de crujientes con cremosos, o la de frescos jugosos con derretidos calientes. Eventualmente me concentro en el mapa de las papilas gustativas, que se activan con el contacto, como la tierra cuando llueve que se remueve. Aunque, realmente, no sé si eso se deba a que no tengo a un otro para distraerme la percepción o a mi nuevo trabajo.
Amo mi nuevo trabajo, por cierto. Pasada la fase de ensayo y error masivos, es una maravilla estar en el diario preparar de comida; sobre todo cuando todo se trata de estar aprendiendo nuevas técnicas -como yo, ahora, que estoy iniciándome. Es que "trabajo en un restaurante" se puede decir con el desdén y la insatisfacción de alguien que no ha logrado llegar a su trabajo soñado, ese que supuestamente uno alcanza y entonces todos los sacrificios valen la pena. Pero si la verdad es que me gusta tanto este bisne de la cocinada, no sé por qué me quejo tanto.
Me quejo porque estoy presionada por la idea de que, si antes de los treinta no te han contratado de fijo en algún lugar, ya, te quedaste para siempre en el mundo del desempleo. Igualito que la historia de la quedada después de los treinta, que no te deja seguir jugando porque el reloj biológico y la adultez.
Ah. En fin... shrimp pizza, ensaladita, cervecita y gateau au chocolat.
Mira. Llegué al postre.
Antes la sola idea de no tener con quién compartir mis alimentos me causaba una suerte de tristeza que ocasionalmente me quitaba el hambre.
Ahora, por ejemplo. Salgo de trabajar. Paso a la papelería de Tokyu Hands, y luego decido pasar al café-restaurant-bar al que ya he venido varias veces. La música no es mala, y siempre tienen algún hit de hollywood sin sonido en las pantallas. Esas que pasan en los aviones y que, aunque no te molestarías en rentar, tampoco te molesta verlas.
Básicamente, lo que hago es observar a la gente. Eso y saborear minuciosamente la comida. Primero reviso la presentación, los colores, los olores, la organización en el plato, los ingredientes a primera vista. Después me dispongo a darle una probada y me atacan las consistencias, la mezcla de crujientes con cremosos, o la de frescos jugosos con derretidos calientes. Eventualmente me concentro en el mapa de las papilas gustativas, que se activan con el contacto, como la tierra cuando llueve que se remueve. Aunque, realmente, no sé si eso se deba a que no tengo a un otro para distraerme la percepción o a mi nuevo trabajo.
Amo mi nuevo trabajo, por cierto. Pasada la fase de ensayo y error masivos, es una maravilla estar en el diario preparar de comida; sobre todo cuando todo se trata de estar aprendiendo nuevas técnicas -como yo, ahora, que estoy iniciándome. Es que "trabajo en un restaurante" se puede decir con el desdén y la insatisfacción de alguien que no ha logrado llegar a su trabajo soñado, ese que supuestamente uno alcanza y entonces todos los sacrificios valen la pena. Pero si la verdad es que me gusta tanto este bisne de la cocinada, no sé por qué me quejo tanto.
Me quejo porque estoy presionada por la idea de que, si antes de los treinta no te han contratado de fijo en algún lugar, ya, te quedaste para siempre en el mundo del desempleo. Igualito que la historia de la quedada después de los treinta, que no te deja seguir jugando porque el reloj biológico y la adultez.
Ah. En fin... shrimp pizza, ensaladita, cervecita y gateau au chocolat.
Mira. Llegué al postre.
Comments
Sí, tiene su gusto salir comer solo, aunque también tiene su encanto meterse de vez en cuando a la cocina. El único problema, en mi caso, es que tardo más en cocinarlo que el tiempo que invierto en tragármelo. Jaja.